3/10/07

Una maestra del 34



La sevillana Lola Velasco recuerda cómo aplicó en la escuela franquista los métodos pedagógicos que aprendió en la República.

La escuela de niñas de El Saucejo (Sevilla), donde nació Dolores Velasco Torres era, en 1920, un caserón desconchado en el que aquella niña de tres años comenzó su andadura escolar junto a otras cuarenta compañeras. Ella tenía suerte; su abuelo era el maestro... Uno de los 36 que la familia Velasco acumula en cuatro generaciones.

Hoy, a punto de cumplir 90 años, Dolores tiene voz y energía suficientes para explicar con asombrosa precisión sus recuerdos: "Tuve suerte, como digo; mi abuelo era el maestro... La escuela estaba en la calle del Horno, muy cerca de casa. Teníamos un perro que me acompañaba y me recibía luego, a las doce, a la salida, ladrando desde el balcón. ¡Me acuerdo muy bien de todo aquello!".

"Entonces no había recreo", continúa rememorando Dolores. "El edificio era muy viejo, blanco por dentro, y en las paredes había un crucifijo, un mapa mudo y una pizarra muy grande. Los asientos eran corridos; no existían los pupitres. En cada banco nos sentábamos cinco o seis niñas; Rosita, María, Asunción... ¿Sabe? Repetíamos sin descanso la tabla de multiplicar y cantábamos canciones populares. Estudiábamos las lecciones en alto".

A esta octogenaria, recién proclamada hija adoptiva y predilecta de Dos Hermanas (Sevilla), donde reside desde hace medio siglo, no se le escapa nada, una vez ha cogido la punta del hilo de la memoria. Recuerda con nitidez la escuela republicana que llegó unos años más tarde, "en la que se celebraba como un gran acontecimiento la Fiesta del Libro, o se organizaban recitales de poesía y concursos de redacción y de cuentos", dice. Y rememora con admiración y gratitud las enseñanzas que recibió de aquellos maestros, como su tío Antonio, discípulos de Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza. Ellos la enseñaron los métodos pedagógicos que Dolores no dejaría nunca de usar en sus 42 años de maestra bajo el régimen franquista. "Eran hombres sabios, adelantados a su tiempo. Aplicaban métodos pedagógicos innovadores y recababan la atención del alumno con continuas preguntas. A partir de una palabra, cualquiera podía mantener en la clase un debate toda una mañana". Experiencias pedagógicas de hace 75 años. "Mi tío Antonio invitaba a los alumnos a traer todo tipo de plantas a clase... Y a partir de ahí estudiaban botánica, biología. En cada dictado se desmenuzaba la frase; y cualquier circunstancia era buena para explicar una regla de ortografía o provocar el análisis y la reflexión".

Lola transitó sin sobresaltos por la escuela republicana hasta acabar en 1934, con resultados notables, la carrera de Magisterio. "Estudiábamos de todo; teníamos 35 asignaturas por curso". Un año después empezó a preparar las oposiciones y se examinó el 11 de julio de 1936; siete días después estalló la Guerra Civil. "¡Adiós Magisterio!", balbucea apenada, mientras traga saliva y alarga los brazos, como intentando recuperar aquellos exámenes de los que hasta muchos años después no sabría el resultado (¡el número cuatro de su promoción!). Los papeles con sus notas quedaron arrumbados en el sótano de la Escuela Normal.

Pero Lola no se arredró y, tras mil peripecias y el paso injusto y cruel por la cárcel, impartió clases particulares, hasta que, finalmente, y tras verse obligada a estudiar Religión, Historia Sagrada y Moral, pudo examinarse de nuevo y, ya sí, obtuvo la plaza de maestra.

Lola no olvidó nunca lo que aprendió como alumna de la escuela republicana; métodos que aplicó luego, cada día: "El respeto al alumnado, el convencimiento de que cada niño y niña tiene algo bueno que puede potenciarse. Intentar mejorar siempre su autoestima, hacerles crecer", resume.

La motivación del alumnado con preguntas constantes para que no se distraigan, el esfuerzo para despertar su curiosidad, el argumento imposible para centrar la atención de la clase... La dedicación específica e individual siempre que se pueda: "Siempre que me ha sido posible le he puesto a cada alumno un problema... Como hacía mi tío Antonio, del que aprendí muchísimo", recuerda. Pero también, "como se llaman hoy, las actividades complementarias" han ocupado un tiempo importante en la actividad docente de Lola Velasco. A ella le gustó mucho pintar, bordar, coser... Y así se lo ha hecho saber a los miles de alumnos que han pasado por sus manos; a todos les invitaba a aficionarse "con algo". "Porque el tiempo no admite tregua". "Hay que hacer cosas, sea como sea", insiste, recordando a aquellas maestras y maestros de la República que vivían para la escuela.

JOAQUÍN MAYORDOMO - Sevilla - 17/04/2006 El Pais.

Fotografía: Dolores Velasco
de GARCÍA CORDERO - 17/04/2006

Las enseñanzas de la República



La reforma de la educación fue la clave de los profundos cambios que inició la España de 1931.

Una escuela pública, obligatoria, laica, mixta, inspirada en el ideal de la solidaridad humana, donde la actividad era el eje de la metodología. Así era la escuela de la II República española. De todas las reformas que se emprendieron a partir de abril de 1931, la estrella fue la de la enseñanza. "Sin ninguna duda, la mejor tarjeta de presentación de la República fue su proyecto educativo", asegura el catedrático de Historia de la Educación de la Universidad de Alcalá de Henares Antonio Molero. "Efectivamente, fue la piedra angular de todas las reformas: había que implantar un Estado democrático y se necesitaba un pueblo alfabetizado. Era el Estado educador", ratifica la doctora en Historia por la Universidad de Huelva Consuelo Domínguez. Tanto ella como Molero se han especializado en la enseñanza de la II República, un ambicioso proyecto que los maestros acogieron con entusiasmo.

El 14 de abril de 1931, la República encontró una España tan analfabeta, desnutrida y llena de piojos como ansiosa por aprender. Y los más ilustres escritores, poetas, pedagogos, se pusieron manos a la obra. De pueblo en pueblo, con la cultura ambulante.

A la espera de que se aprobara la Constitución, en diciembre, el Gobierno tomó, mediante decretos urgentes, las primeras medidas: se reconoció el Estado plural y las diferencias lingüísticas (se respeta la lengua materna de los alumnos) y al frente del Consejo de Instrucción Pública que haría caminar las reformas se nombró a Unamuno.

Se proyectó la creación paulatina de 27.000 escuelas, pero mientras, los ayuntamientos adecentaron salas donde educar a los niños. Y a los mayores. "Hubo incluso alguna escuelita en las salas de autopsia de los cementerios. Donde se podía". Entonces las maestras desempeñaron un papel primordial: enseñaban en sus casas con la subvención del ayuntamiento.

La República se propuso llenar las escuelas con los mejores maestros. Pero los docentes de la época tenían una formación casi tan exigua como su salario. Con Marcelino Domingo al frente del Ministerio de Instrucción Pública y Rodolfo Llopis de director general de Primera Enseñanza, se elaboró el "mejor Plan Profesional para los maestros que ha existido en nuestra historia", asegura Domínguez. Y prácticamente las mismas palabras usa Antonio Molero para defender esa idea. El sueldo miserable de aquellos voluntariosos maestros subió a 3.000 pesetas al tiempo que se organizaban para ellos cursos de reciclaje didáctico. En aquellas Semanas Pedagógicas recibían asesoramiento de los inspectores, para remozar su formación. La carrera de Magisterio, elevada a categoría universitaria, dignificó la figura del maestro. A los aspirantes se les exigió, desde entonces, tener completo el bachillerato antes de matricularse en las Escuelas Normales, donde se enseñaba pedagogía y había un último curso práctico pagado. "Se hizo del maestro la persona más culta, eran los intelectuales de los pueblos y, con toda la precariedad en que vivían, ejercieron de una forma digna", señala Consuelo Domínguez.

Con aquellas mimbres comenzó a tejerse un sistema educativo que puso el énfasis en el alumno, le hizo protagonista de las clases y de su formación. Los críos salían al campo para estudiar ciencias naturales, se trataron de sustituir los monótonos coros infantiles recitando lecciones de memoria por el debate participativo y pedagógico; los niños y las niñas se mezclaron en las mismas aulas, donde se educaban en igualdad, y se favoreció un tránsito sin sobresaltos desde el parvulario a la universidad. "Fue una escuela en la que se educó a los niños atendiendo a su capacidad, su actitud y su vocación, no a su situación económica. La educación pública recibió financiación para ello, y eso era algo que la escuela privada miró con recelo", recuerda Molero. "Todo tenía el aroma pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza, que fue el soporte intelectual en el que se apoyó la República. Aunque diseñó una escuela más laica".

Efectivamente, laica y unificada, dos palabras que se convirtieron en el terror de la clase conservadora. Aprobada la Constitución, al ministro Fernando de los Ríos le tocó lidiar con la reforma más drástica y conflictiva: la disolución de la Compañía de Jesús; a las órdenes religiosas se les prohibió impartir enseñanza mientras a los maestros se les "libera" de la obligación de dar doctrina religiosa en clase.

"Es una medida discutible en un régimen de libertades, pero lo cierto es que era constitucional", asegura Molero. "La España de la época quizá no estaba preparada para estos cambios", razona Domínguez. En todo caso, la política de sustitución de la escuela religiosa "fracasó, porque las órdenes religiosas pusieron los colegios en manos de seglares con los derechos civiles reconocidos. Tenían otro nombre, pero era lo mismo. De hecho, el número de centros privados era mayor en 1935 que en 1931". Unos colegios privados a los que se permitió fijar su ideario.

La llamada escuela unificada, tan criticada en las filas conservadoras, no se refería, asegura Molero, "a la cesión al Estado del monopolio educativo. Se trataba de una educación sin escalones, que permitiera un camino fluido y continuo desde unos niveles a otros".

En 1933 hay de nuevo elecciones. La mujer estrena el voto femenino y la derecha -la CEDA de Gil Robles- llega al poder. Los progresistas verán cómo se va destejiendo parte del sistema diseñado. "Ellos mismos se llamaron el bienio rectificador", recuerda Cristóbal García, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Huelva. Se frenó la financiación educativa y las medidas laicas, aunque no se derogaron, fueron escamoteadas.

"Aquel bienio dedicó su política docente a frenar, si no a liquidar, las medidas anteriores", critica Molero. Pero señala, "en justicia", dos iniciativas considerables de aquel periodo: "Un buen plan de bachillerato y una comisión para la reforma técnica de la escuela que no pudo dar sus frutos". Por entonces comenzó el baile de ministros de Instrucción: "16 hubo en el total de la República: imposible hacer políticas a medio plazo", lamenta Molero. Luego se sucedería el Frente Popular y después un golpe de Estado que resultó largamente nefasto para la educación.



Misiones Pedagógicas y Colonias Escolares

Antes que educar, la República se vio obligada a dar de comer a los niños. Incluso a vestirlos. Había cantinas y roperos escolares y cobraron fuerza las Colonias Escolares que ya antes había puesto en marcha Bartolomé Cossío. Los niños viajaban al mar o a la montaña. Hacían deporte, se divertían. Pero, sobre todo, comían. "En 15 días algunos ganaban hasta cuatro kilos de peso", dice la doctora en Historia Consuelo Domínguez, que ha estudiado con detalle este extremo.

Hubo medidas urgentes que no podían esperar y que se adoptaron a golpe de decreto, hasta que fue aprobada la Constitución. El profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Huelva Cristóbal García ve en algunas de ellas un espíritu muy reformista: "Lo más revolucionario que puede hacerse, después de facilitar alimentación, fueron aquellas Misiones Pedagógicas" de cuyo patronato fue también presidente Cossío, y que todavía recuerdan los más viejos de los pueblos. En destartaladas camionetas llegaron a las aldeas perdidas bibliotecas itinerantes, proyecciones cinematográficas, teatro, museos ambulantes. El 70% de los hombres eran analfabetos; mucho más las mujeres. En aquellas Misiones Pedagógicas se embarcaron grandes poetas, afamados escritores y maestros con su corbata y maletín a los que los lugareños recogían en burro donde las camionetas ya no tenían acceso.

CARMEN MORÁN - Madrid - 17/04/2006

El Pais.

FOTOGRAFÍA: Una maestra y sus alumnas, en El Saucejo.